El profesor Julián Gállego publicó en 1978  su más que brillante “Autorretratos de Goya” (Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja) con motivo del 150º Aniversario de la muerte del pintor.

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Ya desde el principio definía el muy erudito profesor que el autorretrato es uno de los temas mayores y más atractivos de la pintura. Lleva consigo, como condiciones inexcusables, dos cualidades contrarias: la sinceridad y el artificio (sic). A lo largo de sus 86 páginas -al margen de los estupendos apéndices-, todo un prodigio de erudición y de gracia expositiva, desarrolla el asunto con la enorme brillantez de quien para algunos es el mejor escritor que ha dado Aragón  a lo largo del siglo XX. También para mí lo es, como mínimo, en su terreno de las bellas artes en general y de la pintura en particular.

Analiza la cuestión y cita acertadísimamente a Ortega y Gasset cuando afirma que Goya tiende a darnos de la figura retratada lo que ésta es en el momento de aparecernos. Y que Goya pinta apariciones y, en ese sentido, fantasmas. Y a los que ese carácter de apariciones no les quita realidad, como no se la quita a los retratos de Velázquez. (sic).

En vista de lo dicho, me pareció increíble que treinta años después, en la soberbia exposición “Goya e Italia” (Museo de Zaragoza. Junio-Septiembre 2008. Comisario Joan Sureda) que constituyó una lección de altísimo nivel, y en la que dicho comisario supo relacionar con acierto las influencias, los tiempos, los modos artísticos y la filosofía del conocimiento artístico, desde la teoría académica de un Winkerman al deleite coleccionista del Infante Don Luis de Borbón y más, Sureda se olvida del profesor Julián Gállego -fallo muy serio- y ello a pesar de que ¡ el capítulo o apartado XII del catálogo y exposición los dedica a “el retrato” ¡.  Pero no fue aquel el único llamativo fallo del autor, que en una muestra en la que estudia la juventud y formación primera de Goya desconoce llamativamente al Goya zaragozano, desdeñando su primera formación -anterior y posterior a Italia-, lo que supone una laguna de consideración.

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De Octubre de 2015 a enero de 2016 tendría lugar en la National Gallery de Londres la muestra “The Portraits Goya”, muy bien difundida y a cargo de Xavier Bray, con contribuciones de Manuela B. Mena, Thomas  Gayford y Allison Goudie. Y en cuya bibliografía se cita oportunamente al profesor Gállego.

 

Como quiera que el autorretrato no deja de ser un retrato,  vengo a la actualidad de un nuevo libro que acaba de publicar César Pérez Gracia. “Retratos de GOYA”. Libros CERTEZA. Zaragoza, 2016. ISBN: 978-84-92524-85-3.

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Se trata en 120 páginas de un estupendo catálogo de los cerca del centenar y medio de  retratos que hiciera Goya a lo largo de su vida, pormenorizando casi uno a uno y dando razón de cada cual  y de su relación con Goya.

Este breve frasco de elocuencia, buena observación y retranca aragonesa, resulta ser útil  por su erudición y porque también está lleno de argumentos goyescos. Porque además habla de pintura, de procedimiento y de terminación, lo cual es muy de agradecer cuando en la mayoría de escritos calificados de canónicos sobre Goya se nos oculta -por ignorancia- cuanto a la pintura se refiere. Entra en harina y describe lo que se ve. No cuenta historias inventadas o mal traídas de la juventud goyesca, sino que indaga hábilmente en lo que ciertamente pudo ser y nos alcanza a introducir en lo que ciertamente fue.  Relaciona muy bien los acontecimientos, las mentalidades, las bondades y maldades de entonces y las muestra con lucidez y buen sentido. Sin parar en falsos mitos, en respetos poco aceptables y desnudando la verdad de quienes, moralmente obligados a ser ejemplo y conciencia de una sociedad, renunciaron a la humildad del publicano para conformarse con la soberbia mediocre  del fariseo.

Sí. Porque César Pérez Gracia se enfrenta valientemente a lo  subliminal en la pintura del mozo Goya en la Zaragoza de su juventud. Basta repasar de la mano del autor, cuanto dice sobre el retrato del niño Ayerbe.  Destapa el juego goyesco y muestra a la luz los secretos de su intención. Basta mirar y ver la pintura; no es imaginación ni magia barata, un argumento demasiado manido en la pluma de tantos historiadores supuestos eruditos que no saben mirar…..

Así pues es libro muy de agradecer porque no es  políticamente correcto, carece de ataduras aún estando redactado en la cazurra, cobarde y pretenciosa Zaragoza, la gran catadora de gato por liebre, y alcanza el grado de joya en la senda del gran Julián Gállego, utilizando hábilmente el inteligente recurso de las glosas relámpago, tan del gusto del maestro.

Es de esos libros que es necesario leer y releer para tener mucho más presente a Goya, para aprender de él y paladear la pintura y la intención, la calidad formal y la verdad del retratado, sin gazmoñería, sin detalles superfluos, sin falseamientos ni mentiras piadosas que no vienen a cuento.

Felicito al autor con entusiasmo y le animo a seguir dando testimonio de una forma tan atractiva de ver el arte de nuestro genio más notable.

 

Gonzalo de Diego