Blog sobre Francisco de Goya. Espacio de amistad que aglutine a todos aquellos amigos de Goya o de lo que representa Goya, a la manera de un club on line.

Real Goya

Category: Sin categoría Página 3 de 10

Imagen e idea. Arte y sentimiento.

Tengo en mi biblioteca un Breviario editado por el Fondo de Cultura Económica, publicado en México en 1957. Su autor, Herbert Read, trata de la función del arte en el desarrollo de la conciencia humana. Un asunto que me llamó la atención en su momento y que pude adquirir en la mítica librería y galería de arte Libros, de Zaragoza. Para mí, una joya de ensayo.

Ya en el prefacio su autor cita a Cassirer. El arte, el mito, la religión, el conocimiento, “todos viven en mundos especiales de imágenes, que no sólo reflejan lo empíricamente dado, sino que más bien lo producen de acuerdo con un principio independiente”. Y añade Read que las imágenes, una vez creadas, son eternas o cuando menos duran mientras tengan agudeza sensorial. Pero mucho depende de nuestra habilidad para crearlas y de su resistencia, que es ciertamente lo que implicamos con la palabra “progreso” en el mundo de las ideas, pero las aprehendemos en la contemplación de las imágenes.

En el genial universo de Goya hay un cuadro, “La última comunión de san José de Calasanz”, que me sirve de ejemplo más que adecuado para reflexionar sobre la cuestión. Goya fue en su infancia alumno de las Escuelas Pías, -fundadas por el santo Calasanz- y no cabe duda de que sería indeleblemente señalado en su espíritu por la figura y la obra del fundador. A esa pintura me remito: basta contemplarla con un poco de atención y el espectador quedará atrapado completamente. Es obra de plena y absoluta madurez, de momento álgido en la actividad creativa, de coincidencia en el tiempo con las famosísimas pinturas negras. Y es sobre todo una pintura de complejidad formal, y demostrativa de la capacidad real para la creación de imágenes con agudeza sensorial.

image127

Ultima comunión de san José de Calasanz Oleo / lienzo. 250 x 180 cm. Francisco de Goya, 1819 Museo Calasancio. Madrid

Cuando ya en un momento decisivo de su vida, a avanzada edad y con gran experiencia y conocimiento recibe el encargo de pintar este cuadro, Goya se plantea en toda su extensión el asunto y alcanza a reflejar, con admirable vibración, el muy notable cariño que trasluce.

El arte es el instrumento esencial en el desarrollo de la conciencia humana. Son palabras de Conrad Fiedler, cuya importancia como filósofo del arte llevan más de medio siglo de reconocimiento en su Alemania natal. Y la conciencia de Goya sobrepasaba con mucho el limitarse a intentar una interpretación únicamente de devoción, insípida y para salir del paso. Ante un encargo de envergadura (tanto por el tamaño del cuadro como por su destino para un altar mayor) Goya quiso y supo ser mas celeste y menos terreno, pues resulta evidente que Goya era un ser espiritual, lleno de afectos humanos y también superiores.

No se trata por tanto de mostrar una ilusión, ni siquiera la ilusión de lo real, sino de representar la realidad de la conciencia misma, la realidad subjetiva. En las fronteras del yo el área de la conciencia no tiene límites espaciales o temporales. Y a la manera de San Agustín en sus Confesiones, Goya y su penetración psicológica captan el problema implícito en la tarea de hacer de la propia vida interior algo inteligible y creíble para otros hombres.

Buen planteamiento, desde luego, para cumplimentar un encargo que sin la menor duda tanto le complacía, que le proporcionó la gran alegría de intentar hacer una pintura que lograrse ser espejo para otros, ser objeto de atenciones y ser él mismo imitado y admirado y testigo para la posterioridad, ejemplo, modelo y elemento útil para otros seres sensibles. ¿Y cómo no serlo, cómo no alegrase inmensamente si pudo llegar a ser la voz de quienes claman en silencio al corazón de todos? ¿Cómo no alegrase de poder transmitir sentimientos elevados? ¿de ser el vehículo elegido por los frailes que le educaron para ser él, precisamente él, el encargado de mostrar al mundo la sublime belleza de la verdad de un santo postrado en su totalidad ante la Eucaristía, precisamente en el día de su muerte?. Sí, la última comunión de Calasanz antes de pasar a un estadio superior. De encontrar la paz última y definitiva delante de todos aquellos a quienes más quería en el mundo. Sus hermanos en la orden, sus alumnos y sus creencias más profundamente sentidas. A Goya se le ofrece transformar lo místico en arte y para lograrlo va a presentar una faceta externa de la realidad interna de Calasanz.

Goya logra salir airoso de semejante reto y consigue finalmente pintar este cuadro en el estado emocional que buscaba con tanto ahínco y traducir formalmente ese mundo interior del sentimiento. Un cuadro cuya imagen sigue hoy siendo eterna y resistiendo con la misma agudeza sensorial que en aquel lejano y decisivo 1819.

 

Gonzalo de Diego

 

La National Gallery y Goya

Si no estoy confundido, la National Gallery (NG) de Londres tiene entre sus fondos cinco excelentes cuadros de Goya. Tres retratos: el del pintor y coleccionista Andrés del Peral, el de Isabel de Porcel (pintado sobre otro retrato de un militar en uniforme) y el del Duque de Wellington. Y otros dos cuadros: “Un Picnic” y una escena de “El hechizado por fuerza” pintada para el duque de Osuna. Reconforta verlos allí expuestos y realzada su importancia como salidos de la mano de nuestro Francisco de Goya. Están colgados con toda dignidad y justeza, sin grandes alharacas ni pretenciosos excesos y se agradece la posibilidad de tenerlos tan cerca y paladear sus virtudes.

 

Isabel_de_Porcel

Retrato de Isabel Lobo Velasco de Porcel
Oleo 82 x 54 cm.
Francisco de Goya, 1804 – 1805
National Gallery, Londres

Pero no es precisamente de esto de lo que quiero escribir aquí. Para mí hay cuestiones que por elementales resultan evidentes y, por ello, no precisan ser demostradas. Basta observarlas y mirar con un poco de atención cómo hacen otros cuando observan, analizan y tratan el arte para que quienes no tenemos su finura intelectual, ni su nivel de conocimiento, aprendamos y sepamos concluir con cierta facilidad de manera que resulten útiles a nuestra formación personal y, si es el caso, para el beneficio de la sociedad en la que nos toca vivir.

Sabido es que los anglosajones son gente que “ve” muy bien el arte. Que lo estudia y analiza hasta el detalle y que sabe relacionar adecuadamente sus aspectos y matices. De ahí que prefieran la seriedad siempre y también para mostrarlos, antes que los llamados “blockbusters”, que en el mundo de las exposiciones son las que se conciben para hacer caja y mucho ruido mediático. Ellos están en un estadio cultural más desarrollado.

 

En este pasado mes de Abril hemos tenido ocasión de ver en nuestros cines un excepcional reportaje, de tres horas de duración y en versión original, sobre la citada NG. Realizado por el veterano Frederick Wiseman, sigue meticulosamente el sistema habitual de trabajo del cineasta norteamericano: pura observación, mostrando cómo son las cosas allí a través de una captura objetiva de imágenes, que tras el fundamental montaje, consigue un discurso subjetivo lleno de brillante inteligencia.

En su viaje al corazón del museo, que diría el crítico, visita minuciosamente “el lugar, la forma de trabajar, las relaciones con el mundo, el personal y el público, así como sus pinturas”. A lo largo de estos paseos por las galerías muestra la vida de la pinacoteca, sus programas educacionales y la vida íntima del museo. Y puesto que con todo ello hace “una profunda reivindicación de lo público, de la escuela de los museos”, creo que documentales como el que nos ocupa deberían ser de obligada visión no solamente para nuestros dirigentes culturales, -los auténticos y los sobrevenidos por la política o las finanzas- sino también para todos los políticos en general: véanse las reuniones sobre la administración de los presupuestos, la absoluta falta de egoísmos personales y la permanente búsqueda de argumentos que lleven inexcusablemente al beneficio global de la institución a la que, en cada puesto y en cada caso, se sirve y se representa.

 

Tomar conciencia de la importancia de lo que se lleva entre manos; de la gravedad de primer orden, de la indispensable profesionalidad en todos y cada uno de los puestos de trabajo y dirección. Que se puede hablar, y se habla, de todo (reunión marketing), en serio y reflexionando todas las propuestas.

Desde el auténtico profesional que restaura y realiza los marcos, pasando por el especialista en iluminación que conoce al dedillo cómo manejar la complicada estructura del ordenamiento lumínico para la perfecta visión de los cuadros, realzando la obra y evitando el menor perjuicio que el exceso pudiera causar; por el especialista laureado que sabe el porqué de las cosas, y el para qué de los medios que utiliza; la maravillosa conclusión de los especialistas en la restauración que alcanzan el dominio de la cuestión y que una vez conocido el resultado del más concienzudo de los estudios, toman la precaución de interponer un barniz perfectamente eliminable en su momento (si el futuro lo necesita o aconsejase de manera que la restauración sea la adecuada a los cánones actuales, pero que no impida aquello que en el futuro pudiera creerse mejor solución). Por cierto que a este respecto es muy interesante, en la actual exposición de van der Weyden en el Museo Nacional del Prado, observar cómo se sigue idéntico principio en la restauración del famoso calvario.

 

Virtudes y procedimientos, sistemas de trabajo que suponemos a la orden del día en todos los grandes museos internacionales que por el mundo son, aunque ignoremos la prueba fehaciente de que así sea en alguno de ellos.

Y muy importante: en el documental sobre la NG vemos que también hoy en día es necesaria, y se busca con fruición, la participación del gran público no solamente con su asistencia, sino en las decisiones y en los actos de los grandes museos, de las grandes manifestaciones culturales. Participación real en las exposiciones, grandes ciclos de conciertos, conferencias, publicaciones. Es el signo de los tiempos. Hacia ello vamos.

Este de la NG es un procedimiento de trabajo que recuerda al que hace un avezado jockey con la necesaria anticipación, unos centenares de metros antes de llegar a la meta. Ese “estar a la llegada” perfectamente bien colocado ya desde la última curva, para el momento decisivo. Sí, los británicos saben mucho de arte….. y de caballos. Y de relacionar acontecimientos, observaciones, objetos, cosas y sentimientos para mejor entender la vida y lo que el arte significa. Pero tampoco supone todo ello un gran misterio que pueda estar vetado a los latinos o los orientales, por poner otros ejemplos. Es más un sistema de trabajo, una meticulosidad en los procedimientos para los que, ni es impedimento la lengua ni la cultura de cualquier otro pueblo antiguo y bien preparado, y culturalmente predispuesto.

 

 

Pues bien. Vayamos a Goya. Si volviera a nacer, que es una frase recurrente, seguro que estaría encantado de ver cómo algunas de sus obras viven en la NG, son visitadas por 6,5 millones de espectadores (datos de 2014) en el segundo museo más visitado del Reino Unido y son cuidadas y ofrecidas de manera tan honorable.

 

Sin embargo Goya no se sentiría contento, y es triste, si viera cómo se ofrece su figura y su obra precisamente en la tierra que le vio nacer. En un país como España, que está por encima de sus verdades y en el que oficialmente se dice que la cultura genera marca, pero ésta es tan poco brillante. En su tierra natal, Zaragoza, el último año ha vivido un calamitoso camino lleno de errores, con dos exposiciones tipo blockbuster (la de hace un año y la de ahora mismo). Que entonces se inició torpe y provincianamente en lo amistoso paisano y que termina ahora bajo el paraguas del Prado y de su representante más calificada en lo goyesco. Alguien que afirma que el Prado no es el Museo de Goya, sino la Universidad de Goya y que sin embargo hoy da su visto bueno a algo que no siéndolo en absoluto, se califica de museo Goya con escándalo y no es siquiera un lejano amago de la universidad de Goya.

 

La_gallina_ciega

La gallina ciega
Oleo / lienzo  269 x 350 cm.
Francisco de Goya, 1789
Museo Nacional del Prado, Madrid

Rosario de errores y empecinamiento impasible en una ciudad cuyo mejor museo recibe 60.000 visitantes al año: es decir, la centésima parte que la NG en una ciudad que no es la centésima parte de Londres y que, además, dispone de obras de Goya como para conseguir números más importantes. Pero ¿verdaderamente no es esa centésima parte? ¿Acaso será por el desatino de una mala gestión? ¿Es que en Zaragoza no hay ansia de conocimiento? ¿ni capacidad de refinamiento? ¿tampoco deseo de mejora y perfeccionamiento? Que responda el contribuyente a las preguntas.

 

No, Goya no se sentiría contento. Estaría más bien estupefacto con lo apuntado más arriba, leyendo, viendo y oyendo cómo la primera autoridad cultural de la región, en una reveladora y muy cómoda mesa a tres (mas que redonda), afirma ingenuamente y sin rubor que: “Yo no sé de arte. Pero soy la responsable del arte” (sic). Estupendo.

 

Gonzalo de Diego

Arte meditado

Hay cuadros que valen por toda una exposición. Y que no siempre son los que en ocasiones vemos, aislados, en los museos; pero hay excepciones a esta regla, como cuando nos traen a casa el “Inocencio X” de Velázquez. Hace unos pocos años, ese retrato inaudito visitó temporalmente el Museo Nacional del Prado. El problema, en casos así, es hacer cola o buscar la recomendación para lograr verlo con mayor tranquilidad, sobre todo si vives fuera de Madrid. O acordar fecha y hora….. que se reduce a ¡cinco minutos! y en grupo. Son los problemas derivados del marketing de la cultura de masas.

 

InocencioX

Retrato de Inocencio X
Oleo / lienzo, 140 x 120 cm. Diego Velázquez, Agosto de 1650, Galería Doria Pamphili. Roma (Italia)

Cabe el consuelo de viajar a Roma, o de aprovechar un viaje allá, para acercarse por el Corso hasta el número 305, muy cerca de la Piazza Venezia y entrar por un pasaje relativamente bien señalizado al excepcional Palazzo Doria-Pamphili, que alberga a la también conocida como Galería Doria-Pamphili. Allí, un día de labor y a una hora cómoda, pongamos a media mañana, tiene uno la inmensa fortuna de llegar, casi en solitario, al camarín que lo alberga y que fue construido ex profeso en el siglo XIX. Allí está el Inocencio X (nacido Giovanni Battista Pamphili) de Velázquez, realizado en el verano de 1650, en compañía únicamente del busto que le ejecutó Bernini. Y está para uno sólo, si tienes esa fortuna. Nadie va a importunarte; nadie vendrá a “empujar” para que termines y te vayas. Nadie te dirá, ¡qué horror!, que tus 5 minutos se han terminado. Puedes estar media hora o más tiempo y disfrutar de tan increíble fortuna. Podrás meditar el arte como pocas veces en la vida. Y ante semejante magnitud, la pregunta: ¿cómo creer que el pintor de un cuadro como éste no había alcanzado todavía su cumbre? ¡claro que la alcanzaba!. Terminado el festín y renovados internamente por tal ilusión creadora, después de todo, al despertar de la meditación y del sueño del tiempo y salir al Corso, sólo una buena Osteria o Trattoria logrará atemperar debidamente la “vuelta al mundo”, y si has elegido bien, a tu reconfortado espíritu.

Semejante “exposición única” ¿sería visitada por Goya?; ¿vería el aragonés esta maravilla de retrato?. Lo ignoro, pero debió verlo; máxime conocida la admiración de Goya por su compatriota Diego Velázquez. Y porque allí estaba Goya , en la Roma de 1770, cuando realizó su viaje a Italia, a la manera del buen y aplicado artista europeo en su particular grand tour. No tiene más que 24 años. Esto supone, según la ley común de la época, 26 años todavía por sufrir. Pero como se trata de un prodigio genético, le restan todavía, en realidad, 58 años de arte meditado.

Escribe Katharina Hegewisch. “el arte sitúa un espejo frente al individuo ante quien aparecen el reflejo de sus nostalgias, de sus problemas, de sus angustias y de sus utopías; vuelve lo privado público y permite vivir experiencias por procuración. Funciona como un sismógrafo que registra las fluctuaciones de la existencia; nos obliga a mover, desasegura, excita y provoca. “ (l’Art de l’exposition, Ed. Du Regard. Paris. 1998).

Pues bien, a día de hoy por poco aficionado a las bellas artes que seamos, todos hemos visitado exposiciones que quedaron grabadas en nuestra retina y memoria, y otras que rápidamente fueron olvidadas, justa o injustamente. Y añade Hegewisch que “cada uno recibe el arte de manera diferente. Saber si una exposición será percibida como un templo, un infierno o una feria, si se transformará en triunfo o en fiasco financiero, esos son los elementos sobre los que no se puede influir más que parcialmente. El éxito es un concepto relativo, que para el organizador se define de manera diferente que para el artista o el público.”

Como decíamos más arriba, hay cuadros que valen por toda una exposición, pero quizás tan importante, o más, es saber reunir las obras de arte y darles un valor añadido si ello fuera posible. Se trata de una plusvalía intelectual y moral que se constituye en un derecho inalienable. Me refiero a aquellos comisarios de exposiciones con criterio expositivo que saben cómo hacerlo; tienen esa capacidad, esa nobilísima virtud que les hace responsables del contenido y de la forma de la exposición, así como de la puesta en escena. Ciertamente también los hay, por infortunio, cuya gracia reside en lugares innombrables del cuerpo humano y que nos proporcionan la desdicha de componer auténticos bodrios, confeccionados a base de buenas obras de arte o, peor todavía, en extrañas macedonias de buenas y malas obras. Sí, es toda una desgracia que ciertos bien intencionados pero poco hábiles mecenas encomienden torpemente, a personajes de segunda categoría, tareas que en lugar de procurar buenos ejemplos terminen convirtiéndose en el canon de lo repudiable. En el mejor de los casos será una triste pérdida de tiempo, y de dinero, que van directos al olvido.

Somos testigos involuntarios de casos así y lamentamos la extrema insuficiencia y el cómo algunos disponen las cosas completamente al revés; como nunca debió hacerse, ni siquiera intentarse. Y nos preguntamos ¿cómo se le ocurre semejante majadería a este genio? ¿pero dónde tiene los ojos?. Y ni siquiera consuela saber que no sólo ocurre con las exposiciones, también en el cine, en el teatro, en la edición y en tantas otras disciplinas o situaciones ácidamente llamativas.

Regresando a la colección Doria-Pamphili, desde el XIX cuenta con el camarín construido sólo para albergar el famoso retrato velazqueño y parece ser que desde el siglo XVIII hay en esa benemérita institución un documento que detalla con precisión la colocación que debe tener cada cuadro, según criterios de simetría y afinidad estilística. ¿No está mal, no?. Pero tampoco se pueden pedir peras al olmo, ni fórmulas que proporcionen métodos infalibles. El libre albedrío, la coincidencia afortunada, el sentido de la proporción, el número aúreo, el ojo entrenado, la visión espacial, el conocimiento del artista y su obra, la veteranía, la simetría, el tiempo, la vocación bien dirigida, el saber asimilado, la virtud de distinguir, el gusto, la oportunidad, los guiños de la inteligencia, la orientación, los sentidos bien entonados, el olfato, la vista, la meditación del arte, el oído, la afinidad estilística, la iluminación, el significado del color, la forma y la proporción, la sensibilidad, el contorno, la humedad e incluso el magnetismo….. objetiva y subjetivamente valen y son utilizados simultánea y sucesivamente por quienes pueden y quieren hacerlo. Y podríamos añadir más y más condicionantes presididos por el estudio y la buena educación, pero citado el magnetismo, aunque pueda estar sacado de contexto, permítaseme destacar un párrafo que me ha conmovido del libro “Señor del mundo” , de Robert Hugh Benson (Ediciones Cristiandad. Madrid, 2013) . Dice así:

……….“Gradualmente se dio cuenta de que esta muchedumbre era como ninguna otra que hubiera visto. Para su sentido interno, parecía que presentaba una unidad mayor que cualquier otra. Notaba magnetismo en el aire. Algo así como la sensación de que estuviese en proceso un acto creativo, por el cual millares de células individuales estuvieran siendo amalgamadas más y más cada instante en un enorme ser sensitivo con voluntad, emoción y conciencia. El clamor de las voces parecía tener sentido tan solo como las reacciones del poder creativo que se expresaba a sí mismo.”

Sí, esas muy pocas obras de arte aisladas del mundo; esas exiguas exposiciones cuya coherencia interna emite magnetismo, emociones y espiritualidad manifiesta; que ciertamente las hay, que pueden verse y disfrutarse; que enseñan coraje intelectual y muestran la audacia de sus organizadores y que son lo que ejemplarmente distingue a unos museos de otros, a unas instituciones de otras, a unos mecenas de otros, a unos comisarios de otros. Pero no es preciso eliminar de un brochazo todo lo que no alcanza la excelencia. Basta, y sobra, con no decir al mundo: mirad, mi obra, mi exposición es maravillosa, ejemplar y magnífica. En lugar de deplorar su extrema insuficiencia y pedir muy humildemente perdón. Basta con un mínimo de prudencia, de modestia, de humildad ante un trabajo bien intencionado; sobra toda soberbia. Los grandes lo saben y practican. Los que no lo son, para nuestra desgracia, todavía lo ignoran. No nos dejemos confundir.

 

Gonzalo de Diego

Página 3 de 10

Funciona con WordPress & Tema de Anders Norén