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En un pueblo llamado Codo, justo a 27,2 kilómetros de la casa natal de Francisco de Goya y Lucientes, en Fuendetodos, nació mi abuela materna siglo y pico después de la muerte de aquel. Parece mucho tiempo, pero quizá entre mi abuela y Goya puede haber únicamente unas dos o tres generaciones de diferencia. Pensar en todo ello me hace sentir a Goya no muy lejano.

Junto con mi actividad como pintor, mi vida profesional discurre entre el arte y la Bioneuroemoción.

Bioneuroemoción® es un método científico en el que estudiamos la afección de las emociones en la vida de las personas. Estudiamos nuestro inconsciente personal, el inconsciente familiar y el colectivo-social. Estudiamos cómo afecta todo ello a nuestra mente, a nuestra psique, y por resonancia, a nuestro cuerpo y a nuestras vivencias.

Más que cómo artista, me gustaría dar una visión personal de Goya desde mi actividad profesional de acompañante en Bioneuroemoción. Como pintor, lo que puedo decir es que Goya me maravilla por su genialidad. He observado de cerca sus planchas en la Calcografía Nacional en Madrid, son impresionantes. Se puede apreciar la fuerza de la mano del artista sobre el metal; me emociona. Incluso he podido ver de cerca sus pinturas en los muros de la Cartuja del Aula Dei. También he visto distintas obras suyas en diferentes museos. De todo ello me cautivan sus pinturas negras exhibidas en el museo del Prado.

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Detalle de las pinturas negras.

 

Observo en la obra de Goya los impactos emocionales de la barbarie humana. Con sus imágenes y transcripciones de la realidad de su época, me conmueven las vivencias de la población de entonces. Pienso en ello, y se produce un nudo en el estómago. ¡Cómo somos el género humano! Si reflexiono un poco, quizá lo que más me conmueve es que no hemos cambiado mucho desde entonces, lo cierto es que no hay demasiadas generaciones de diferencia. Seguimos en una misma dinámica. Estamos heredando generación tras generación dicha barbarie, y hombres y mujeres no logramos finalizar con las experiencias traumáticas y dolorosas.

Goya hace consciente el inconsciente de una época. Saca a la luz la sombra humana. La hace presente al ojo del espectador. Da la sensación de que hace uso de una especie de surrealismo pictórico, pero nada más lejos de ello. Pone en relieve la realidad de la España de entonces. Pinta con extremado realismo, o más bien hiperrealismo, la oscuridad pesada del Inconsciente Colectivo –término acuñado por el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, quien postuló la existencia de un sustrato común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido por símbolos primitivos con los que se expresa un contenido de la psique que está más allá de la razón-.

En sus retratos, Goya muestra con gran gentileza las actitudes personales y las emociones de quien posa para él. Su paleta y sus pinceles expresan a través de una diestra mano, el ser en esencia. Producto de su alto grado de observación sintetiza con varios brochazos el alma de la persona. Su manera de observar, no deja de ser un arte tan o más sublime que el arte de su mano.

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Goya absorbe en su corporalidad y en su psique lo que tiene delante de sus ojos. Realiza una especie de “acto vomitivo” con el pincel y la pintura. Percibe lo que el ojo no puede ver, lo somatiza y lo traduce en manchas de color.

Fe de ello, son sus pinturas negras. Las realizó tras visitar manicomios, cementerios y hospitales de apestados. Aquí se pone de manifiesto la sombra del hombre y la mujer en un absoluto realismo, incluso la sombra del colectivo del propio país. Absorbió y tradujo con pintura, lo que permanece oculto, lo no dicho, el pecado, el ahogo y el desprecio de hermano a hermano. Los monstruos del sueño de una razón sin razón.

No olvidemos también sus grabados, los desastres de la Guerra: las atrocidades hechas y vividas por hombres y mujeres. Quizá Goya, si no hubiese podido expresar –hablar- con sus grabados y pinturas, lo que sus ojos vieron, la realidad de su vida le hubiera llevado a la locura más intensa. Su rabia vital se expresa en la potencia de los trazos sobre el metal de las planchas de los grabados. Creo imaginar que su sordera fue un recurso de su inconsciente biológico para poder soportar tanto sufrimiento. Hizo oídos sordos a la violencia, a la sin razón, a lo peor que el ser humano puede expresar en el mundo físico. Puede que también hiciera mella en él la indiferencia de la nobleza hacia sus congéneres. No me extrañaría que pudiera comprobar de primera mano esa indiferencia de unos hombres y mujeres “nobles” hacia otros hombres y mujeres de los que únicamente les separaba la escala social; una estupidez de castas que la humanidad inventó no sé cuando. Otra sin razón.

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Al final, su salida de España a Francia parece que alivió la sombra que pudo atormentar su mente y su psique. Sólo hay que apreciar el cambio en su pintura, más dócil, más suave, más suelta, como por ejemplo en el cuadro La lechera de Burdeos.

En mi personal alucinación sobre Goya, veo a un hombre dotado de altas capacidades para el arte y la psicología; un gran ingenio para captar lo profundo de las personas. Es un hombre sensible ante lo humano.

Siguiendo con mi alucinación, creo intuir en su forma de observar, una capacidad psicoanalítica fuera de lo común. Sintonizó, como una antena, con la sombra humana. Tradujo con extrema realidad lo escondido, lo oculto en las mentes del inconsciente. También la belleza.

Cierro los ojos, y aquellos monstruos del sueño de la razón aparecen y se hacen reales hoy en día. Liberar la sombra heredada, liberar una razón sin razón.

Quizá la liberación pueda parecer que queda muy lejos de la esencia del corazón, que es el amor. Me atrevo a decir que no está tan lejos. Hay esperanza. Mientra haya un corazón que bombea, hay una luz de esperanza que ilumina nuestras conciencias con la esencia de lo que ya somos y nunca hemos dejado de ser, pese a la barbarie del ego.

Darle las gracias a Don Francisco por su legado tanto artístico como humano. Por su arrojo y su valentía, por su sinceridad de mostrar aquello que muy pocos se atreven a mostrar: los monstruos de la sin razón.

 

Eduardo Cebollada