Blog sobre Francisco de Goya. Espacio de amistad que aglutine a todos aquellos amigos de Goya o de lo que representa Goya, a la manera de un club on line.

Real Goya

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La luz en la sombra (de Rembrandt a Goya)

Comparto con Goya mi admiración doble por Velázquez y por Rembrandt (“Yo no he tenido otros maestros que la Naturaleza, Velázquez y Rembrandt”).

La Naturaleza, como fuente, inspiración y guía, y como la mejor maestra ante la infinita variedad del mundo de las percepciones. Llena de luz, sombra, color, volumen, forma y espacio; algo consustancial para bien observar a Goya.

Por lo que respecta a Velázquez, bien que fallecido cien años antes del nacimiento de Goya, estaba arrolladoramente presente en las colecciones reales y era de muy fácil acceso para un pintor de la corte como Goya. En consecuencia su magisterio es evidente y existen trazas notables del mismo, desde los primeros dibujos y grabados goyescos, hasta piezas pictóricas de la importancia de la familia de Carlos IV (1800).

Por otra parte, se considera a Rembrandt como el mejor grabador de todos los tiempos. Y así pudieron constatarlo quienes tuvieran el acierto de visitar una soberbia exposición, “Rembrandt, La luz de la sombra” realizada en colaboración con la Biblioteca Nacional de Francia y la Biblioteca Nacional española, en el gaudiniano edificio de “La Pedrera” de Barcelona, bajo el patrocinio de la entonces brillante mecenas Fundación Caixa Cataluña, hoy desaparecida.

Gracias a mi buena amiga Silvia Pagliano –una excepcional grabadora, habitual colaboradora de este blog- descubrí a Michel Pastoureau y su libro “Negro” (Historia de un color) del que aquí me valgo para aventurarme entre sus luces y sombras. Color de las tinieblas, de la muerte y del infierno, el negro no ha sido siempre un color negativo. A lo largo de su larga historia, también ha estado asociado a la fertilidad, a la temperancia, a la dignidad, a la autoridad. Y desde hace unos decenios, encarna sobre todo la elegancia y la modernidad.

El jesuita polígrafo François d’Aguilon, amigo de Rubens, distingue los colores “extremos” (blanco y negro), los colores “medios” (rojo, azul, amarillo) y los colores “mezclados” (verde, violeta y anaranjado) y muestra cómo se unen los colores para engendrar otros nuevos. Sin embargo, para él el blanco y el negro son colores completos; tienen el estatuto de “colores extremos”.  Así en ese mundo de los colores, la relación con la luz prima sobre las demás. Por ello, aunque el negro sea el color de las tinieblas, hay negros “luminosos” es decir negros que brillan antes de oscurecer, negros que son luminosos antes de ser negros. Viendo los negros de Rembrandt y sus brevísimas iluminaciones, que son sólo un rumor de luz.….

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“9  DISPARATE GENERAL”  (GOYA)
AGUAFUERTE Y AGUATINTA BRUÑIDA
248 X 359 MM

Para Michel Pastoureau “La palabra negro, del latin niger en un momento dado llega a ser extraordinariamente rica y toma a su cargo toda la gama simbólica (triste, funesto, feo, horroroso, cruel, dañino, temible, diabólico, etc) del color. Pero para expresar  los matices   de intensidad o de calidad cromática (mate, brillante, denso, saturado, etc.), será necesario recurrir a las comparaciones: negro como la pez, negro como la mora, negro como el cuervo, negro como de la tinta.”

En el Romanticismo vuelve el negro en todo su esplendor, si se me permite decirlo. Es el triunfo de la noche y de la muerte, de las brujas y los cementerios, de lo extraño y lo fantástico. Reina la Melancolía, el mal del siglo (el sol negro de la Melancolía), que a las puertas del XIX será un  estado obligado, casi una virtud. En cierto modo también estamos ante el mundo de los símbolos,   el mundo de las percepciones….     Y ahí está Goya. Evidentemente. Desde los grabados hasta las pinturas negras. Porque en el siglo de las luces éstas no son únicamente las del espíritu, las del ingenio y la agudeza, sino también las de la vida cotidiana, y     en Goya el negro está más cerca de la muerte y su color, al contrario o distinto que en Rembrandt. También está el temor al  final de la inspiración: ese susto terrible que, atormentado, nos describió Unamuno

Por otra parte, sostiene Isadora Rose-De Viejo que “está fuera de duda que Goya conocía bien diversas estampas de los Tiépolos, Piranesi, Callot, Hogarth y Flaxman” tal y como hemos tratado en este mismo blog a lo largo de nuestros cuatro años de existencia. Y que si bien en los círculos artísticos zaragozanos de su juventud Goya tuvo por maestros más próximos en su admiración al francés Simon Vouet y al italiano Corrado Giaquinto, llegará un momento en el que la obra del holandés se hará presente en un destacado lugar de su admiración. Pero eso será más tarde puesto que por la “tradicional hostilidad política y religiosa entre España y los Países Bajos”, añade Isadora Rose que “la pintura holandesa del siglo XVII ha tenido siempre una escasa presencia en las colecciones históricas españolas”.  Y lo será finalmente en forma de sus grabados.

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“El Descendimiento a la luz de la antorcha” (REMBRANDT)
Aguafuerte y punta seca
210 x 161 mm.
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“El amor y la muerte” (GOYA)
Aguafuerte, aguatinta bruñida y buril
219 x 152 m.

Es por ello estupendo paladear  concomitancias, admiraciones mutuas, reverencias y elementos formativos en artistas tan notables. Respirar bajo la misma bóveda…..Y es al mismo tiempo emocionante poder creerlo, observarlo, gustarlo y admirarlo de cerca. ¡una gran suerte el arte!. Tan cercano, tan emocionante , tan propio, amable y satisfactorio….

Los negros de Rembrandt, las tenues iluminaciones, las luces apenas vislumbradas, el juego de la vida y la muerte, lo visto y no visto, la técnica y el sentimiento. Como tantos desastres de la guerra goyesca, tanto capricho obscuro y tanta disparatada imagen vivida o soñada desde dentro….. para terminar siendo pintura y negra. Sin dejar de lado, compartiéndolo con Goya, en su admiración por la luz y por la sombra. Bajo una mayor o menor influencia rembrandtiana que, para Michel Pastoureau, el carácter vibratorio del color en la pintura de Rembrandt, junto a la omnipotencia de la luz,  dan a la mayoría de sus obras, incluidas las más profanas,  una dimensión religiosa.  Religando, relacionando luz y sombra, luz y obscuridad para así mejor percibir la realidad, el paso del tiempo, la permanencia.

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“La Adoración de los pastores con una linterna”
Aguafuerte, punta seca y buril
148 x 198 mm.
Tercer estado

Fijémonos por poner un ejemplo en la estampa de “La Adoración de los pastores con una linterna” en la que, como bien describe Gisèle Lambert: “…la atmósfera sugerida por Rembrandt es tan intensamente mística que se respira un silencio sobrenatural, la adaptación de la mirada a la negrura, la reconstrucción de las sombras por la visión, la percepción de las oscilaciones de la llama más o menos viva de la candela y la extraña aureola de rayos de sombra que envuelven a María y a Jesús son otros tantos efectos……” ….. “efectos luminosos, dorados o nacarados, con unas sombras suaves y sedosas que modulan los resplandores….”

Goya llegó a tener casi una veintena de estampas de Rembrandt y conocía los de distintos coleccionistas y amigos (Ceán, Izquierdo, Carderera, quizás Godoy y seguro el Real Gabinete de Historia Natural y los de Sebastian Martinez) y “llegó a contemplar hasta 150, que es más de la mitad de la producción gráfica aceptada del artista y una proporción excepcionalmente elevada para un español de su época” (sic).

Podríamos seguir con calma esta brillante relación. O analizar también el magisterio sobre el Goya grabador de Piranesi y su excepcional calidad, el único artista que según Nodier hasta entonces había dejado influenciar su arte con sus sueños nocturnos. Su influencia le hará ampliar una visión especialmente dotada, superior y característica de artistas muy por encima de los demás. Los contrastes de luces y sombras, de negros y blancos, de impresiones y de técnicas. Será ciertamente interesante intentar plantearlo en otro momento. Por qué no.

Gonzalo de Diego

El muro de Rothko

(Retorno a la Cartuja de Goya)

El primer libro sobre las pinturas de Goya en la Cartuja de Aula-Dei lo publicó Julián Gállego en 1975. Mi afición por el pintor de Zaragoza, que no de Fuendetodos, pese a quien pese, pues a los cinco años fue confirmado en San Gil de Zaragoza, se la debo al profesor Gállego.

Pero la mejor medicina, el mejor antídoto contra la goyitis aguda, se la debo también a él, porque Julián Gállego era quizá la persona que mejor conocía la vida y la obra de Velázquez.

Cuando Goya se pone pesado, el mejor remedio es buscar sosiego en los cuadros del Sevillano.

Así y todo, algo tienen en común, algún parentesco guardan los dos pintores mayores de la pintura española. Goya fue el primero que grabó e hizo estampas o grabados de los cuadros de Velázquez. Fue su primer fan dieciochesco.

Pero, el lector se estará impacientando por lo mucho que me cuesta meterme en harina goyesca.

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La Cartuja de Aula-Dei está cerca de Zaragoza, a unos diez kilómetros, y allí se curtió el mozo Goya como pintor de grandes murales, la mayor empresa que tuvo en toda su vida. La Cartuja estuvo abandonada en el siglo XIX y el rigor de los inviernos, las nieblas del río Gállego, perjudicaron de modo fatal varios murales comidos por el salitre, que los hermanos Buffet repintaron hacia 1900 con diseños nuevos, aunque es muy probable que siguieran las borrosas líneas maestras de las escenas goyescas.

No en vano, escribió con un aforismo estupendo, el tiempo también pinta. Los inviernos rigurosos, los pintores modernistas galos, los sucesivos restauradores de Aula-Dei, incluso los expertos, los goyistas con humos y los amateurs, todos queremos pintar en la Cartuja de Goya, y el cascarrabias de Burdeos se burla de todos nosotros, vosotros aquí no pintáis nada, pedantones.

He visitado la Cartuja este verano pasado con unos amigos de Oxford, que quedaron encantados por la magia del lugar y por las pinturas de Goya. Es como visitar a Piero della Francesca en Arezzo o las Estancias de Rafael en El Vaticano. En España es el único sitio similar en encanto y en belleza.

Mis anteriores visitas se remontan a la adolescencia, digamos hacia 1968, con unos quince años.

cuadro

En la escena de La Visitación llama poderosamente la atención un muro de color vino de Borgoña.

Es la casa de Zacarías, el esposo de Isabel, la prima de María. Zacarías tiene un porte, una prestancia, un empaque de profeta que emerge de la espelunca de un templo cretense. Es como otro cuadro, otra escena, dentro del tema del cuadro.

Un paréntesis mítico, por así decir, en la traza de la escena. El ojo del buen degustador de pintura se queda perplejo ante esa conjunción soberbia, del muro color carmín, color cereza vieja, color damasco fatigado, color de vino viejo, que a un fan de Rothko lo puede dejar turulato, mirando al Nilo, y del personaje misterioso, de barba fluvial, como un Homero amnésico que acaba de tropezarse con el Minotauro o con Polifemo en la caverna de su tenebrosa casa.

detalle

¿De dónde se sacó el joven Goya esa escena, en quién pensaba, porque por sí sola, vale la visita a la Cartuja de Peñaflor? Para mí es la cima del misterio de la Cartuja de Goya. Es como la primera escena naif y terrorífica a un mismo tiempo de las futuras Pinturas Negras.

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Por cierto, en la cúpula goyesca del Pilar, yo he podido ver de cerca el San Lamberto (28 marzo 2007) un santo zaragozano con la cabeza en la mano, y es una figura espeluznante, pese a estar rodeada de santos en la gloria.

César Pérez Gracia

Retratos de Goya

El profesor Julián Gállego publicó en 1978  su más que brillante “Autorretratos de Goya” (Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja) con motivo del 150º Aniversario de la muerte del pintor.

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Ya desde el principio definía el muy erudito profesor que el autorretrato es uno de los temas mayores y más atractivos de la pintura. Lleva consigo, como condiciones inexcusables, dos cualidades contrarias: la sinceridad y el artificio (sic). A lo largo de sus 86 páginas -al margen de los estupendos apéndices-, todo un prodigio de erudición y de gracia expositiva, desarrolla el asunto con la enorme brillantez de quien para algunos es el mejor escritor que ha dado Aragón  a lo largo del siglo XX. También para mí lo es, como mínimo, en su terreno de las bellas artes en general y de la pintura en particular.

Analiza la cuestión y cita acertadísimamente a Ortega y Gasset cuando afirma que Goya tiende a darnos de la figura retratada lo que ésta es en el momento de aparecernos. Y que Goya pinta apariciones y, en ese sentido, fantasmas. Y a los que ese carácter de apariciones no les quita realidad, como no se la quita a los retratos de Velázquez. (sic).

En vista de lo dicho, me pareció increíble que treinta años después, en la soberbia exposición “Goya e Italia” (Museo de Zaragoza. Junio-Septiembre 2008. Comisario Joan Sureda) que constituyó una lección de altísimo nivel, y en la que dicho comisario supo relacionar con acierto las influencias, los tiempos, los modos artísticos y la filosofía del conocimiento artístico, desde la teoría académica de un Winkerman al deleite coleccionista del Infante Don Luis de Borbón y más, Sureda se olvida del profesor Julián Gállego -fallo muy serio- y ello a pesar de que ¡ el capítulo o apartado XII del catálogo y exposición los dedica a “el retrato” ¡.  Pero no fue aquel el único llamativo fallo del autor, que en una muestra en la que estudia la juventud y formación primera de Goya desconoce llamativamente al Goya zaragozano, desdeñando su primera formación -anterior y posterior a Italia-, lo que supone una laguna de consideración.

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De Octubre de 2015 a enero de 2016 tendría lugar en la National Gallery de Londres la muestra “The Portraits Goya”, muy bien difundida y a cargo de Xavier Bray, con contribuciones de Manuela B. Mena, Thomas  Gayford y Allison Goudie. Y en cuya bibliografía se cita oportunamente al profesor Gállego.

 

Como quiera que el autorretrato no deja de ser un retrato,  vengo a la actualidad de un nuevo libro que acaba de publicar César Pérez Gracia. “Retratos de GOYA”. Libros CERTEZA. Zaragoza, 2016. ISBN: 978-84-92524-85-3.

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Se trata en 120 páginas de un estupendo catálogo de los cerca del centenar y medio de  retratos que hiciera Goya a lo largo de su vida, pormenorizando casi uno a uno y dando razón de cada cual  y de su relación con Goya.

Este breve frasco de elocuencia, buena observación y retranca aragonesa, resulta ser útil  por su erudición y porque también está lleno de argumentos goyescos. Porque además habla de pintura, de procedimiento y de terminación, lo cual es muy de agradecer cuando en la mayoría de escritos calificados de canónicos sobre Goya se nos oculta -por ignorancia- cuanto a la pintura se refiere. Entra en harina y describe lo que se ve. No cuenta historias inventadas o mal traídas de la juventud goyesca, sino que indaga hábilmente en lo que ciertamente pudo ser y nos alcanza a introducir en lo que ciertamente fue.  Relaciona muy bien los acontecimientos, las mentalidades, las bondades y maldades de entonces y las muestra con lucidez y buen sentido. Sin parar en falsos mitos, en respetos poco aceptables y desnudando la verdad de quienes, moralmente obligados a ser ejemplo y conciencia de una sociedad, renunciaron a la humildad del publicano para conformarse con la soberbia mediocre  del fariseo.

Sí. Porque César Pérez Gracia se enfrenta valientemente a lo  subliminal en la pintura del mozo Goya en la Zaragoza de su juventud. Basta repasar de la mano del autor, cuanto dice sobre el retrato del niño Ayerbe.  Destapa el juego goyesco y muestra a la luz los secretos de su intención. Basta mirar y ver la pintura; no es imaginación ni magia barata, un argumento demasiado manido en la pluma de tantos historiadores supuestos eruditos que no saben mirar…..

Así pues es libro muy de agradecer porque no es  políticamente correcto, carece de ataduras aún estando redactado en la cazurra, cobarde y pretenciosa Zaragoza, la gran catadora de gato por liebre, y alcanza el grado de joya en la senda del gran Julián Gállego, utilizando hábilmente el inteligente recurso de las glosas relámpago, tan del gusto del maestro.

Es de esos libros que es necesario leer y releer para tener mucho más presente a Goya, para aprender de él y paladear la pintura y la intención, la calidad formal y la verdad del retratado, sin gazmoñería, sin detalles superfluos, sin falseamientos ni mentiras piadosas que no vienen a cuento.

Felicito al autor con entusiasmo y le animo a seguir dando testimonio de una forma tan atractiva de ver el arte de nuestro genio más notable.

 

Gonzalo de Diego

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