La Unesco adoptó en 1972 la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural. Tras la unificación de criterios de 2005, hay un grupo de diez criterios  (6 para bienes culturales y 4 para bienes naturales) y para poder estar incluido como Patrimonio de la Humanidad, un sitio o un bien debe tener un valor universal excepcional y satisfacer al menos uno de los diez criterios de selección.

El punto primero, “Representar una obra maestra del genio creativo humano”, parece perfectamente aplicable a las obras de arte de carácter excepcional, puesto que el arte es testigo de los movimientos culturales. También y al menos los puntos tercero y sexto son susceptibles de ser aplicados a las obras de arte originales que posean características de señalada importancia y a las que la sociedad ha dado un carácter de duración y de continuidad.  Y algo muy digno de ser destacado: cada sitio Patrimonio de la Humanidad pertenece al país en el que se localiza, pero se considera en el interés de la comunidad internacional y debe ser preservado para las futuras generaciones. Lo que aplicado a las obras de arte se refiere indudablemente a la propiedad del bien, al propietario del mismo dentro del amplio conjunto de la sociedad internacional.

En consecuencia, y como quiera que desde el punto de vista material una obra de arte también tiene un carácter transitorio y mudable, una cualidad efímera, será obligado e imprescindible que los propietarios y depositantes de aquellos bienes –obras de arte en este caso- como puedan ser Museos, Fundaciones, Instituciones Culturales, Sociedades y coleccionistas privados se consideren física y moralmente comprometidos de manera directa con la mejor conservación y protección de dichos bienes, al margen de cuestiones que en este contexto pueden considerarse menores, como la catalogación o la atribución.

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Statens Museum for Kunst. Copenhague

¿Es o no es Patrimonio de la Humanidad un Goya? ¿Y un Rembrandt, o un Velázquez?. ¿Acaso no lo es el Altar de Pérgamo? ¿Las cuevas de Altamira?. En mi opinión ¡claro que lo son! Y de ahí la enorme responsabilidad de sus propietarios a la hora de guardarlos bien cuidados, bien protegidos, bien presentados. No digamos ya, en su caso,  a la hora de transportarlos y exhibirlos.

La época de las grandes exposiciones internacionales terminó con el inicio de la última crisis financiera internacional o, mejor dicho, cuando ésta estalló en los USA y se propagó por todo el mundo. Aquellas grandes exhibiciones que cruzaban mares y océanos en avión, con el consiguiente riesgo enorme para la integridad y la herencia generales. Aquellas pólizas de seguros que, en justa correspondencia, alcanzaban cifras mareantes, únicamente asumibles merced a los avales de los propios estados.  Aquellos riesgos excesivos, pese al acompañamiento de correos y especialistas tanto en los viajes como en los impecables embalados, desembalados y colocación final de las piezas, supervisión de iluminación, de humedad y de seguridad generales….. Todo aquello entró en un impasse del que algún día se supone que saldremos y volverán a reanudarse –seguro que con otras disposiciones y redobladas vigilancias- lo que significará que la crisis ha sido superada, digámoslo así, y se puede volver a soñar con tal clase de acontecimientos culturales masivos.

Pero no hay pausa ni descanso para la conservación, para el mantenimiento ni para todos los cuidados, como tampoco el grado de responsabilidad ética habrá variado ni un ápice a la baja, sino todo lo contrario. La responsabilidad del cuidado y vigilancia de bienes calificados como patrimonio común seguirá en lo más alto y sofisticado. Porque lo más importante en este asunto y en lo que no hay que cansarse de insistir es en el cuidado, es decir, la conservación del bien y su aseguramiento. Mucho más que su clasificación, catalogación  o inventariado, que no dejan de ser variantes en extremo aleatorias. Y que dichas funciones se depositen en manos solventes y experimentadas.

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Del friso del Partenón de Atenas. Museo Británico. Londres

¿Acaso el British Museum no seguirá siendo la casa común, el conservatorio o morada del Partenón ateniense, o de la piedra roseta o de tantos y tantos tesoros de la humanidad? ¿O el Museo Pérgamo de Berlín para el Altar de Pérgamo?. Puesto que nada habrá cambiado, ni está cambiando, ningún personaje de segunda fila deberá poder dirigir esta clase de cuestiones en ese Museo. Ningún personaje irrelevante, sin categoría probada, podrá ni deberá tener acceso a decisiones de tamaña importancia. Por pura temperatura moral, nadie que confunda las prioridades o que, llevado de su propio egoísmo, pretenda acaparar unos bienes que son patrimonio de la humanidad.

Lo mismo, corregido y, si cabe, aumentado, podemos decir de la National Gallery de Washington a la hora de considerar desde sus Giotto a la última cena de Dalí, pasando por Memling, Leonardo, Rafael, Velázquez, Goya (Marquesa de Pontejos), Rembrandt, Picasso o Matisse. O del arte egipcio en el Metropolitan de Nueva York. ¿Se le pasaría por la cabeza a alguien, en Basilea, despreocuparse mínimamente de su Gerard David, de Holbein, Cézanne, Braque, Gris, Klee o Alberto Giacometti?. Seguro que no. Y así para Mantegna, esté en el Museo o colección que esté, o para los Goyas del Museo de Sao Paulo, como el retrato de don Luis de Borbón, el de la Marquesa de Casatorres o el soberbio retrato de don Juan Antonio Llorente.  Y centenares de Museos y colecciones, de obras maestras del arte a lo largo y ancho del mundo, como puedan ser las de arte primitivo en el Museo  del quai Branly de París, o la conservación y exhibición del arte en la National Gallery de Washington y, por supuesto, el Museo del Louvre, la pintura de Velázquez, la Flamenca,  y la de Goya en el Museo del Prado. ¿Acaso alguno de estos recintos del privilegio artístico no mejoran sus instalaciones, su seguridad, su previsión día a día, aún en tiempos de crisis? . Como no podía ser menos, se limitan a guardar el legado recibido de la mejor manera posible.

Así pues hablamos de la evolución del concepto conservar  y de su responsabilidad social.  Los ejemplos son múltiples y muy conocidos y las salvaguardas, precauciones y el merecido respeto por estos bienes trascienden la mera propiedad o posesión del bien, para alcanzar un grado muy alto de responsabilidad por su custodia y mantenimiento. Esta es una cuestión vital y proporcionalmente   mayor   en países como España, Francia o Italia, poseedores de colecciones inigualables. Y a este respecto parece obligatoriamente exigible la puesta al día en lo concerniente a  mantenimiento y seguridad. Por ello son dignas de señalar las iniciativas que sirven de referencia, como la que acaba de tomar la Fundación Mapfre, en Madrid, que en varios idiomas ha publicado en su página web una Guía de Conservación, Manipulación y Exposición  para colecciones de arte contemporáneo sobre papel, redactada por Jorge García Gómez-Tejedor y Pilar Montero Vilar y que es perfectamente extensible a toda clase de papeles  y estampas de otras épocas,  si tenemos en cuenta también las cuestiones relativas a sus componentes técnicos, las alteraciones posibles y los diferentes tratamientos para la restauración  y, de manera similar, las correspondientes para las pinturas y las esculturas. En la guía se pormenoriza sobre las salas de archivo y su planificación, las condiciones medioambientales, los contenedores y el almacenamiento, las condiciones sociales y las correspondientes inspecciones. Un trabajo clave e imprescindible.  Realgoya quiere felicitar desde aquí a la Fundación Mapfre ya que esta ejemplar publicación constituye en sí misma una guía profesional de obligado cumplimiento, que como ejemplo eficaz deberían seguir al pie de la letra todas las colecciones que se consideren dignas de tal nombre.

Por último y  en este mismo contexto podemos concluir también que el conocimiento de las técnicas pictóricas, dibujísticas o escultóricas, pero también de los problemas fundamentales de la conservación y la restauración, son indispensables cuando se proponen y estudian intervenciones específicas recomendadas por los científicos, los técnicos y los conservadores en los Museos y Colecciones más importantes. Porque este tipo de actividades contribuyen también a su misión de servicio a la sociedad ya que el Museo, encrucijada del arte y de la historia, prueba cada día, de manera viva y dinámica, que el pasado ilumina el presente y, como dice el Eclesiastés I, 9., “Lo que ha sido, lo que será, lo que se ha hecho y lo que se hará; y que no hay nada nuevo bajo el sol”.

Gonzalo de Diego